
Hace años ya, conocí esta aldea.
Aprendí despacio el mérito de su hermosura,
y, desde aquel principio lejano, pero muy claro,
disfruto, gozo, y me siento de este lugar, dichosa criatura.
Vine a esta tierra muy joven
destapando pronto los límites de mi imaginación,
alargué mi pensamiento hacia la naturaleza,
y un encanto singular fortaleció mi razón.
Se inundó mi vida, y todo mi entorno creativo
de vivencias de pueblo pequeño,
de raíces nutriendo mil savias,
Y regalando con fuerza la inquietud de mi empeño.
Caminando por todas sus calles, busqué
al Quijote, mi amigo y maestro de la infancia,
y encontré su virtud galopando
entre el viento y ráfagas de culta fragancia.
Anduve siempre, y sigo andando,
por veredas y caminos, recovecos y páramos.
Recogiendo y guardando recuerdos
de mi hermano Perico, y esa unión que teníamos.
Cuando el iris se hace presente allá en lo lejano,
y la mente se aísla en la mitad del espacio,
la mirada se queda prendida, y se alzan los ojos,
y la dicha de tanta belleza circula despacio.
Pozo de
donde una flor se mira, se toca y se comprende,
donde un saludo conforta la esperanza
de aquel que espera, y esperado aprende.
Mi recuerdo alcanza la luz de la huerta,
y desparrama el son de la noria,
y vivo la vida entre los sarmientos.
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