domingo, 3 de enero de 2010

POZO DE LA SERNA



Hace años ya, conocí esta aldea.

Aprendí despacio el mérito de su hermosura,

y, desde aquel principio lejano, pero muy claro,

disfruto, gozo, y me siento de este lugar, dichosa criatura.


Vine a esta tierra muy joven

destapando pronto los límites de mi imaginación,

alargué mi pensamiento hacia la naturaleza,

y un encanto singular fortaleció mi razón.


Se inundó mi vida, y todo mi entorno creativo

de vivencias de pueblo pequeño,

de raíces nutriendo mil savias,

Y regalando con fuerza la inquietud de mi empeño.


Caminando por todas sus calles, busqué

al Quijote, mi amigo y maestro de la infancia,

y encontré su virtud galopando

entre el viento y ráfagas de culta fragancia.


Anduve siempre, y sigo andando,

por veredas y caminos, recovecos y páramos.

Recogiendo y guardando recuerdos

de mi hermano Perico, y esa unión que teníamos.


Cuando el iris se hace presente allá en lo lejano,

y la mente se aísla en la mitad del espacio,

la mirada se queda prendida, y se alzan los ojos,

y la dicha de tanta belleza circula despacio.


Pozo de la Serna, pequeño poblado manchego,

donde una flor se mira, se toca y se comprende,

donde un saludo conforta la esperanza

de aquel que espera, y esperado aprende.


Mi recuerdo alcanza la luz de la huerta,

y desparrama el son de la noria,

y vivo la vida entre los sarmientos.

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